“Balada”, Guillermo Vanegas

Balada.

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1984, Antonio Caballero, Sin Remedio, novela. Además de hablar sobre la-dificultad-de-escribir-poesía, el escritor presenta la escena que podría candidatizarse como la más hermosa descripción de hermandad de clase que caracteriza a este país:

“Narciso sacó su cigarrillera de oro, ofreció coca:

-¿Un pasecito?

-¡Váyase a la mierda, maricón de mierda!-, bramó Roberto haciendo saltar de un manotazo la cigarrillera de Narciso.

-Bobby, gordo, por favor…

-Tú cállate gorda, que estoy hablando con mi primo.

Narciso se acurrucó a recoger el polvo de coca derramado en la alfombra. El Chinche Urrita lo ayudó. Miguel Francisco quizo intervenir.

-Caray, Bobby, no sea marica, este tipo me está financiando un negocio que usted no se imagina…

-Mire, Miguel Francisco: estoy hablando con mi primo Ignacio Escobar, usted cállese si no quiere que le rompa la jeta.”

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Narciso integraba ese segmento poblacional con el que la clase media emprendedora de este país trató de relacionarse para participar de los dividendos que dejaba un cuestionado negocio a partir de la década de 1970. Los investigadores Adolfo Atehortúa y Diana Rojas, recuerdan que esa atracción llegó a ser tan fuerte que acrecentó la creatividad de todo el mundo. Hasta del gobierno. Cuando se trató de marihuana, los recursos aportados por su tráfico “… fueron cambiados legalmente a través de la llamada “ventanilla siniestra” del Banco de la República, un mecanismo creado por el gobierno de Alfonso López Michelsen (1974-1978) que permitió la captación de moneda extranjera sin ningún tipo de preguntas. La baja tasa de cambio en el mercado negro influía sobre la revaluación del peso y perjudicaba a los exportadores. El Banco salió en su ayuda.”

1987, Carlos Lehder Rivas, extraditado. Mientras se desempeñó como intermediario en el traslado de cocaína hacia los Estados Unidos arrendó una isla de Las Bahamas, para permitr el aterrizaje de las aeronaves que usaba en su comercio. También organizó el Movimiento Latino Nacional, un partido dedicado a luchar contra la extradición y a partir del cual propuso un programa de repoblamiento del campo mediante la asignación de créditos para comprar fincas sin cuota inicial.

2013, Ana María Millán retorna sobre este asunto. No descuida la nacionalidad de pastillaje que considera un deber mandarse hacer monumentos para demostrar su soberanía. Ni al personaje que trató de organizarse políticamente para evitar su enjuiciamiento en una corte fuera del país. Ya quien(es) firma(n) como El Burro y la paja, reseñaron esta presentación, recordándonos la manera en que Millán trabajó alrededor del interesante vínculo entre tráfico de narcóticos y política visual.

En Lugar a Dudas, la artista reunió La balada de Carlos Lehder y Moby Dick y el Buque Gloria, ambas de 2012. La primera es un trabajo de dos partes: tres videos concentrados en la isla que arrendó Lehder y una grabación de músicos que viven en Londres reinterpretando una canción que se compuso en su honor. La segunda, es una grabación audiovisual donde tres cadetes recluidos en entrenamiento dentro de la nave insignia de este país leen el apartado de la novela de Melville que narra la debacle de los proyectos del capitán Ahab.

Una de las características de la sociedad colombiana es su afán por minimizar el contacto entre miembros de clases diferentes. Cuando hay necesidad de esos encuentros, no se supera la idea que se trata de hechos tolerados a medias. Aquí la ficción es de ayuda. La imagen del Chinche Urrutia de rodillas recogiendo la cocaína que un energúmeno consumidor botó al piso en un apartamento de Bogotá resulta notoriamente familiar a la diligencia de algunos funcionarios de Estado tratando de regularizar un enorme flujo de divisas procedentes de fuentes no legales. La transitoriedad del pragmatismo es preferible a la solidaridad. Y eso genera graves problemas éticos, por ejemplo ¿cómo incorporar las propuestas de distribución de ingreso provenientes de un traficante? ¿cómo legitimar la existencia de su inicativa capitalista en medio de un contexto empobrecido, reacio al estímulo de la propia empresa e incapaz de sostener sus industrias más prometedoras? ¿cómo adornar la discoteca de un hotel?

Dentro de la presentación de Millán había un elemento que respondía esta última pregunta sin competir visualmente con las piezas principales. El dibujo que da apertura a este post habla del encuentro furtivo entre las áreas económicas del arte y el narcotráfico, recordándonos que un maestro consagrado del arte colombiano realizó una obra para ser instalada en el área común de la discoteca de un reconocido narcotraficante. A pesar de la solución obvia que plantearía una fotografía, Millán decidió dibujarlo sin atenerse demasiado al canon. Importa sobre todo ver en él la figura de un varón erguido, de pelo largo y con gafas oscuras, que sostiene una guitarra en su mano derecha, mientras en la otra se le desparraman las letras que conforman la palabra PAZ. No tiene fondo, ni piso. Flota

Como lo reconoce la artista, su señalamiento evita trasegar por la ironía para recordarnos la importancia de este vínculo cuando toquemos ciertos acontecimientos de la historia reciente del país. Si es importante decorar los espacios públicos de los hoteles del país, si es vital que sea con obras de arte, si es necesario estimular la producción de los artistas locales bajo el mecanismo del mecenazgo, esta pieza señalaba de manera sutil que hubo una dinamización del mercado artístico colombiano que coincidió más o menos con las bonanzas del contrabando y el narcotráfico. Fin, ni chismes, ni doble sentido.

De hecho, esa imagen nos indica incluso que ese asunto no se puede tratar en las facultades de arte abiertamente. ¿Alguien podría iniciar una investigación para optar al título de Maestro en Artes Plásticas o Visuales o Bellas Artes sin caer en una red de amenazas por mencionar a sujetos que podrían verse implicados? Si nos fijamos bien, si lo hacemos a partir de recordatorios como el de Millán, evitaremos esa peligrosa alternativa. Es una salida: ilustrar hechos reales, no darle cabida a comentarios soterrados, nunca comprobables o a documentos firmados por personas poco dispuestas a sostener su participación en ciertos negocios. Esta clase de estrategia podría ser la contrapartida de aquellas obras que abundan en las consecuencias sociales del tráfico ilegal sin ahondar en su economía política. Junto con Millán, algunos trabajos de artistas como Alberto Baraya o Edinson Quiñones nos ponen en la misma ruta. Hacer lo contrario del periodismo colombiano actual, que cuando se interesa en el tema apenas explora el nivel de escándalo que pueda despertar, jugando a ser el Chinche Urrutia del momento, que recoge los sobrantes de una cocaína repudiada.

El vínculo de dependencia que muchos artistas visuales tienen respecto al tratamiento exclusivamente noticioso del problema -la retórica de informercial que se ha impuesto como única herramienta discursiva para interpretar este fenómeno-, ha llevado a que resulte cada vez más difícil  comprender la complejidad de los mecanismos de producción, circulación y construcción de legitimidad que desarrollan los grupos ilegales dentro del contexto actual. Quizá para comprender mejor las tácticas jurídicas de los más avezados defensores de los emprendedores del delito resulte mejor ver el performance de  un personaje como Saul Goodman, que oir los interminables reclamos de virtud que decoran nuestras mañanas en la radio.

Un artista puede hacer eso, enumerar una serie de signos visuales producidos por el narcotráfico, constatables y altamente significativos en la configuración de gran parte del  paisaje cultural de este país. No dedicarse a acosar los límites de la moral diciendo qué es éticamente aceptable y qué no. De hecho, el problema sería que uno de los implicados o representados adquiriera una de sus obras. Pero no nos preocupemos por eso. No por ahora ¿Todos los señalados son inocentes, no?

Guillermo Vanegas

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